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El día que me botaron de la iglesia

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El año 1993 se formó en Cajamarca la Coordinadora de Movimientos Católicos de Cajamarca, que agrupaba a varios grupos católicos, entre ellos la Legión de María, La Juventud Estudiantil Católica – JEC, la Unión Nacional de Estudiantes Católicos – UNEC y otros. tanto a mí como a mi amigo Johnny Araujo nos encargaron representar a la Legión de María en ese espacio. La idea del sacerdote que dirigía el grupo, a quien no voy a mencionar, pero muchos de mis lectores sabrán a quién me refiero, era de unificar las acciones apostólicas y ordenarlas “tener un mismos horizonte”. Allí creamos un boletín que duro muy poco al que llamamos “Caminemos juntos” y cuyo logotipo era una silueta de un joven caminando con una guitarra al hombro.

Como en ese tiempo una de mis obligaciones como legionario, y parte del trabajo al que me había comprometido era ser catequista, vale decir me encargaba de facilitar a grupos de adolescentes la formación para que puedan cumplir con el sacramento de la confirmación, teníamos que cumplir con esa responsabilidad bajo la dirección de este grupo que era liderado por el hoy excura.

Es así que todos los catequistas, y quienes querían serlo, debían primero pasar por una evaluación y formación que era promovida y dirigida por La Coordinadora.

En una de las tantas reuniones salió la idea de hacer un retiro de tres días, en San Luis, hoy local del Seminario Mayor de San José, cuyas fechas coincidían con la Semana Santa, de hecho, el primer día del retiro fue el Jueves Santo, fecha para la que se había programado varias actividades como la representación del vía crucis, una caminata de oración y finalmente una ceremonia con misa incluida, en donde se cumpliría con el ritual de Jueves Santo, donde el sacerdote lava los pies de algunos elegidos, en señal de la humildad de Jesucristo.

Cerca de las 6 de la tarde comenzamos la caminata con una cruz a cuestas, dirigiéndonos a uno de los cerros aledaños a la casa de retiro, con paradas en distintos puntos donde hacíamos oraciones, y cantábamos canciones religiosas muy bonitas. Todos portábamos una vela o una antorcha que en algo iluminaba el accidentado y lodoso camino.

Poco antes de llegar a la cima, una chica, postulante a ser catequista, quizá dos o tres años menor que yo, se me acercó para tomarme del brazo, diciéndome que se sentía muy cansada de la caminata. Los gestos y su respiración agitada así lo demostraban. En ese momento percibí una fragancia que me gustó mucho. Era un perfume que de percibirlo ahora lo recordaría perfectamente, y ese fue mi primer comentario. “Qué rico huele”.

Entre oraciones, caminata, cantos y el sacrificio de vez en cuando de cargar el madero, íbamos conversando, la conocía, pero no era una persona con la que tenía, en ese momento, una amistad o algo que me permitiera mayor confianza; sin embargo, esa hora aproximadamente de caminar a la luz de las pocas velas y antorchas que quedaban prendidas, sentí que habíamos compatibilizado. Encontré en ella, mucha confianza, y ella me dijo lo mismo.

Como anécdota, en medio del camino pisé un charco de agua y lodo, el mismo que llegó a mojar y ensuciar no sólo uno de mis zapatos, sino también el calcetín y mi pie derecho. Dentro de mí pensé, “espero que no me elijan para que el padre lavase mis pies, porque se iba a encontrar con uno sucio y lleno de barro”. Quizá lo mejor hubiera sido ir bañarme y cambiarme de zapatos y medias, pero desgraciadamente mi falta de precaución no permitió que haya llevado un par de zapatillas adicionales a las que calzaba, y así me bañe y cambie de calcetines, mi pie y la media terminarían por ensuciarse de nuevo con el calzado lleno de barro.

Fue esa la razón por la que me aislé un poco pensando en que, si no me ven, no me van a llamar para el tradicional lavado de pies. Tomé la decisión de salir del salón grande e ir a una especie de laguna artificial que había donde me senté a contemplar la luna llena. De pronto sin darme cuenta estaba sentada a mi lado la chica del perfume bonito a la que le había ofrecido mi brazo para que se apoye en medio del agitado camino.

Mientras en el salón grande, la misa había terminado y todos cantaban antes de ir a dormir para al día siguiente continuar con las actividades de viernes santo, nosotros dimos continuación al diálogo que habíamos iniciado en la caminata, el momento se convirtió en más íntimo y románico, aunque debo confesar que mi timidez me llevó a que sea ella quien dirigía el diálogo. La soledad y el paisaje me habían enmudecido. De pronto sólo recuerdo que ella se me acercó y me dio un tierno beso en los labios. Quedé desconcertado, pero me gustó. La aspirante a catequista tenía algo especial en su trato conmigo.

De pronto sentí, que la laguna artificial de la casa de retiro podría estar a la vista del salón grande, y los que allí estaban podrían darse cuenta de lo que pasaba. Le dije si gustaba caminar un rato. Aceptó.

Fue una caminata inocente y sin ninguna mala intención, habíamos tomado la carretera de la casa de retiro hacia Santa Bárbara, abrazados y sólo conversando de ambos. La idea era llegar a un punto y volver a la casa para acoplarnos al grupo. Sin embargo, algo inesperado ocurrió.

De la casa retiro se veía salir una camjoneta, sus luces, señalaban que la ruta que tomaría era en la que nosotros estábamos, vale decir nos encontrarían a los dos solos fuera de la casa de retiro. Ninguno de los dos supo qué hacer, descartando la posibilidad de escondernos tras las pencas o arbustos, sería peor porque pensarían que algo malo estuviéramos haciendo. Lo cual niego en honor a la verdad.

Hasta que la camioneta de una sola cabina nos alcanzó, de ella bajó el cura, con quien hasta ahora nos tuteamos; bajó del vehículo sin dejar de alumbrar con las luces del carro, y con el rostro enfadado me increpó, “qué haces acá”, me tocó responder con la verdad, pero avergonzado por lo que podría parecer: “solo caminábamos. Ella quería conversar”. El cura que se iba a Cajamarca para regresar al día siguiente con algunas de las cosas que hacían falta para el retiro me dijo con voz amarga: “Mañana a primera hora te vas a Cajamarca y el lunes a las 5 de la tarde te espero en mi oficina”.

No me quedó otra que retirarme temprano al día siguiente, y esperar al lunes.

Se llegó ese lunes. Puntual a las 5 de la tarde fui a la oficina del padre, que quedaba en el salón contiguo a la secretaría de la parroquia, me presenté y la secretaria me dijo que el padre me estaba esperando. Entre sin perder tiempo. Durante el viernes, sábado, domingo y la mañana del lunes había pensado qué decir. Quizá explicarle a mi amigo cura, la verdad. No creía haber hecho algo malo o extremadamente pecaminoso.

Sin embargo, no fue necesario el discurso, el cura fue muy concreto, lo recuerdo como si fuera ayer: “Jaime no te quiero ver por la parroquia nunca más, si gustas puedes venir a la misa y participar como cualquiera de los fieles. Pero en los grupos parroquiales no te quiero ver”. Nada más, terminó el motivo de su cita y me retiré sin darle la mano. Con sentimientos encontrados.

Así fue, me alejé de la iglesia, poco después los grupos legionarios salieron se mudaron a la parroquia de San Sebastián, otros a Guadalupe en el Pueblo Nuevo, y yo decidí alejarme de la iglesia, por algo que hasta hoy consideré injusto.

La chica, de quien, por supuesto no voy a revelar su identidad, me contó que a ella no le habían dicho nada, y había sido seleccionada para ser catequista. Tuvimos una fugaz relación de jóvenes enamorados.

Años después volví a ser catequista en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, donde los padres Segundo, Panchito y Marco, me recibieron con gusto. Nunca me mencionaron el tema.

Hoy recuerdo ese episodio de mi vida, al que solo lo califico como una anécdota qué contar. ¿el cura?, el cura renunció al sacerdocio, solicitó un permiso del vaticano y se casó.

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Mentirle al pueblo es traicionarlo | Por Eddie Cóndor Chuquiruna

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No es cierto que los aguablanquinos y pradinos hayamos sido incluidos en el “Corredor Vial 10”, gracias a los buenos oficios del señor Mesías Guevara Amasifuen. Tampoco que le hayamos “ganado la guerra” a la corrupción en Cajamarca y el Perú. También que algunos subprefectos provinciales y distritales velen por el desarrollo de sus pueblos y estén en funciones por ser ejemplos de rectitud y moralidad. Menos que las autoridades del Ministerio de Transportes y Comunicaciones y PROVIAS estén realizando trabajos de infraestructura vial en orden a las necesidades de los pueblos y que, en ese marco, hayan llegado hace unos días a los distritos de San Miguel por voluntad propia.

En esa perspectiva, es inaceptable que las autoridades del Gobierno Regional de Cajamarca, hayan dado un uso político -a su favor- a una lucha de dos pueblos dignos que, para ser incluidos en una vía que les corresponde por naturaleza, tuvieron que levantarse en lucha social por doce meses a fin de lograr su objetivo; justo en un momento en el que es deber de peruanos y peruanas, sobre todo de los “gobernantes”, dar respaldo a todo proceso moralizador y de inclusión en el país de cara a iniciar el bicentenario con mejor pie.

Abandonando todo tipo de escrúpulos y exigencias éticas, que impone ser autoridad, no han dejado de confundir y siguen mintiendo a cajamarquinos y cajamarquinas al mostrarse como benefactores y ninguneando a una lucha ejemplificadora que fue y seguirá -porque no ha terminado- siendo eminentemente social. Aprovechando y abusando de los espacios que las instituciones del Estado ofrecen, gracias a nuestros impuestos, han intentado minimizar hasta invisibilizar lo que pueblos como Unión Agua Blanca y El Prado necesitan y les conviene; usando a sus operadores que- en nombre de la libertad de prensa- publican cualquier cosa a cambio de unos cuantos cobres. Como a las autoridades de San Miguel, sólo les interesan las millonarias inversiones en “mantenimiento de caminos vecinales”.

Saben que en unos meses les tocará responder ante los electores en las urnas y que, como han hecho casi todo mal, serán castigados. Esa situación los tiene nerviosos y en lugar de componer las relaciones con los pueblos, a los que ojalá dejen de maltratar, las siguen profundizando. Han perdido la brújula y pueden terminar como Gregorio Santos y eso los tiene convulsionando.

Sentar bases para sociedades y gobiernos con ética pública y libres de corrupción, es un proceso sociocultural de mediano y largo plazo, que sólo lograremos con educación de casa y con calidad en valores. En ese sentido, debemos abandonar sentimientos oportunistas y promover -respaldando desde todo tiempo y lugar- acciones que nos ayuden a comprender e interiorizar en nuestras vidas que, mientras más corrupción haya en nuestros municipios gobiernos regionales y gobierno central, serán menos los servicios y derechos que tendremos como pueblos.

Debemos comprender que mientras haya corrupción tendremos, para una población que día a día crece, las mismas o menos escuelas, colegios, hospitales, unidades judiciales y fiscales, comisarías, carreteras asfaltadas, casas con electricidad, telefonía y, entre otros tantos beneficios que puede generar una gestión transparente y gobierno honesto, programas sociales productivos y sostenibles como el turismo y otros.

La reconstrucción moral del país ya no es una opción, en este tiempo, es un imperativo. En esa ruta debemos caminar, rescatando a la política de las garras de las organizaciones delictivas que la tienen secuestrada y que no se quieren ir.

Queda claro que, los caciques de la política y eternos candidatos en todos lados, jamás enarbolarán valores y principios que hacen a una coexistencia social en democracia, la vida, la diversidad, la naturaleza y cualquier derecho humano; lo que nos motiva a invitarlos -una vez más- a dar un paso al costado a fin de que no hagan más daño.

No permitas que la mentira y el miedo, dos de las principales armas de la corrupción, te roben tu futuro y el de tus descendientes.

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